jueves, 8 de abril de 2010

Confesión pública

Llevo noches sin poder dormir porque hay demasiados fantasmas en mi recámara. La conciencia es un caballo desbocado que pisotea la tranquilidad de mi sueño y las viejas raíces exigen confesión. Hace tiempo que dejaron de convencerme los confesionarios convencionales y aprendí a lanzar los pecados al aire, por eso, una vez más, mi conciencia hace pública su voz y dispara contra los disparates de la única forma que sabe: con su verdad.

Ante los viejos estamentos, confieso que no tengo fe:

No puedo creer, ni quiero, en un país cuya monarquía no rinde cuentas al pueblo que le compra los vestidos, le llena la despensa de caviar y le paga los viajes.

No puedo creer, ni quiero, en los gobiernos febriles de poder que se engordan en la corrupción y sirven a la ley "divide y vencerás".
Entre mis fantasmas me pregunto qué papel jugará aquí "El Príncipe" de Maquiavelo.

No quiero creer, ni puedo, en un pueblo que se ha dejado avasallar por el miedo y se relaja embobado pasando sus horas en la basura que le quieren vender para que las cosas permanezcan en absurda quietud. Y, sin embargo, quiero a ese pueblo, lo quiero despierto y le envío como regalo el "San Manuel Bueno Mártir", de Unamuno con la esperanza de que ahonde en el lago que le aclare la visión.

No quiero creer, ni puedo, en las prédicas de doble moral que ultrajan el alma de los inocentes. Soy incapaz de creer en un dios ambiguo, cortado a la medida y tan falto de amor, ni en sus súbditos que por un lado hacen campaña contra el aborto y, por otro, ensartan la inocencia de los niños en un rosario pederasta.
Y quiero a los niños y los quiero niños. Quiero ponerles sonrisas en esos rostros sin boca que pululan por mi recámara, cuando algunos malnacidos los dejaron huérfanos de amor. Quiero ir a por el sol para repartir sus rayos, por si con ellos puedo borrar el sacrilegio que se comete contra su alma. ¿Cómo se puede restaurar el alma asesinada de un niño? ¿Cómo se puede creer en la barbarie y asimilar que alguien diga que son ellos, los niños, quienes provocan el abuso? ¿Y, si ellos lo provocan, quién los enseñó? ¿Qué ser pervertido les enseñó que eso era lo correcto? No me valen santidades. No se justifican las excusas. La vileza campa a sus anchas y las cabezas visibles la toleran, ¿por qué? Porque son pestes que se quedaron sin madre.
Qué grandes somos como seres humanos. ¡Con qué facilidad se dispara contra niños o se les lanzan granadas! ¡Con cuánta emoción los buscan los proxenetas! ¡Qué poco se piensa en el miedo que puedan sentir cuando tienen que esconderse de los escuadrones de la muerte! ¡Qué baratos salen sus órganos! ¡Qué orgullo verlos escarbar en la basura! ¡Qué bien que anden alejados de los libros y que nunca conozcan que se escribieron cuentos para enseñarlos a soñar! ¡Qué importa que su cama sea el suelo o que no duerman abrazados a un peluche! ¡Para qué un beso de buenas noches si eso son sensiblerías y la vida es dura y hay que pelearla cada día! ¡Para qué ayudarlos a crecer si con sus cuerpos menudos se saca más partido! Que se queden siempre así, con infancia mutilada en una nueva versión de Peter Pan, que para eso avanzan los tiempos y tenemos la facultad de transformar... Cómo se puede tolerar tanto dolor.

Confieso mi furia y confieso que no pediré perdón por sentirla.

Que las voces que deben callar no me pidan que crea. ¿Cómo puedo creer si mi razón está tan limitada que no asimila tanta maldad? Mi fe anda por otros caminos, buscando al Ser Humano.

Confieso que no me asusta perder mi entrada en el cielo.


Se estrujaba la lumbrera
un genio buscando palabras,
para parar una guerra
usándolas como placas
protectoras de unos niños
con marchamo de rebajas:

¡Rodajas de corazón
que apenas muestran la tara!
¡Mercancía insignificante
que no merece atención,
más que en conmoción avara,
y se encuentran en cualquier parte!

Mi inteligente generación
nada ha aprendido
y, sin lágrimas de cocodrilo,
a vosotros, que sois mi Dios,
os pido:

A los recién nacidos
que en la cuna halláis la muerte
¡Perdón!
A los que habéis cambiado
los peluches por fusiles
¡Perdón!
A los que buscáis
comida en la basura
¡Perdón!
A los que os hemos quitado
la magia de los bosques
¡Perdón!
A los que os damos de herencia
una primavera de lluvia ácida
¡Perdón!
A los que os hemos quitado
la seguridad de un hogar
¡Perdón!
A los que os hemos parido
un mundo de miedo y llanto
¡Perdón!
A los que os hemos regalado
un planeta de globos negros
¡Perdón!
A los que...
¡Perdón!
¡Perdón!
¡Perdón!
¡...!

Mara Romero Torres