lunes, 10 de enero de 2011

Memoria

Pareciera que los postigos de la ventana quisieran hablarme.

Todo es quietud en los hilos que transportan mi pensamiento al infinito: a ese lugar remoto, habitante de la piel, que mueve los arcanos del sentimiento.

Miro la ventana de postigos cerrados y las hojas de madera inician, en leve despliegue, su apertura hacia un trozo de cielo que baila entre nubes el crepúsculo del amanecer. No sé qué fuerza los mueve ni sé si mi voluntad tiene que ver con su inercia. Sólo sé que mi mirada pauta la inflexión hacia una voz lejana, audible en la pausa que me lleva a acariciar la imagen que emerge detrás de mis pupilas y te pone delante.

De pronto, tu imagen enjuta y seca de ojos tristes, cargados de vida en ensueños, en complicidad con el alba que se acerca, ocupa todos los vacíos y me conmueven tus labios sabios que, por amor, probaron dos veces la muerte: Una, para recobrar el juicio que anula las briznas de locura que te llevaron a la libertad; la otra, por el dolor de saber que no habías de ver en tu vida al amor que había incitado tus pasos y por el que, en el sublime afán de brindarle un paraíso, dormiste a la intemperie y restañaste en soledad las heridas producidas por gigantes de viento.

Abrazaste la muerte cuando en una jaula de grillos encarcelaron tus sueños. Y fue justo en ese momento cuando te quedaste en mí arrebatado en mi nocturno. En mí andas poniendo bandera en la nobleza, no de escudos ni de armas, sino de alma que brotó para ser eterna.

Mi buen caballero de tantas damas bien servido y fiel hasta la muerte a la única que perfiló tus pasos y regó tus venas de amor cortés, vienes a tomar, una vez más, posesión de mi memoria haciendo vibrar los pilares que me trajeron a la vida. Quiero, en un esfuerzo vano, arrancarte de ese halo invisible que me impide ver tu presencia y hace que te sienta más adentro de lo que mis ojos ven.

Cercana a la mañana, que clarea mientras te escribo, observo cómo los cúmulos viajeros empiezan a perder el gris en un campo cada vez más azul. Debajo de él, repta la nube flotante de andares perdidos en el desencanto y, en la inocencia que nunca abandona los sueños, te rescato de entre los mendigos de amor fronterizos del tiempo, desde ese lenguaje arcano que a veces tienen las cosas inertes.

©Mara Romero Torres