Dices que no puedes dejarte ver con cualquiera. Y a mí me maravilla ver la facilidad con que te autodefines.
Es posible que alguno de vosotros os hayáis encontrado en alguna ocasión con una persona como la del hecho que voy a relatar a continuación:
No hace mucho tiempo, invité a uno de los recitales que organizo en Granada a una persona relacionada con la escritura. Lo primero que me preguntó fue quién estaría con ella en el evento y acto seguido aclaró, con una pose de certeza alucinante, que no podía relacionarse con cualquiera.
No tardé en descubrir que estaba entre los que piensan que sólo hay dos clases de personas: "ellos" y "los demás" (entiéndase aquí "cualquiera"). Por consiguiente, a quien no forma parte del grupo de "ellos" lo miran y lo tratan con desprecio como si fueran el dios de los dioses, la perfección absoluta y, lógicamente, por el bien de sus intereses rehuyen ser vistos con personas que consideran inferiores y pueden perjudicar su imagen y su reputación. Es triste. Me dio tristeza comprobar que aquella persona, tan supuestamente instruida, no es que actuara así porque tuviera muy alta su autoestima, ¡ni hablar! Actuaba así porque era una ignorante de alma desaliñada a la que todavía le faltaba aprender aquello que hace realmente grande a una persona. Todavía no había aprendido que las personas cuanto más grandes, más humildes. Una persona sabia, dada a la investigación y al estudio general de todo porque tiene la curiosidad sana por saber hasta el más mínimo detalle de los secretos del mundo, de la vida y de cuanto crea y nos crea, cuanto más conoce y descubre, más cuenta se da de lo poco que sabe. Pero esto, evidentemente, solo le pasa a los grandes. Esto no le pasa al mediocre que cuando tiene el título académico se cree el centro del mundo y ya no puede dejar que lo vean relacionarse con cualquiera, o mejor dicho, con quien esa persona considera "cualquiera" porque no es suficientemente importante y vale, claro está, menos que ella.
No se puede despreciar tan a la ligera a la persona que no va por la vida echándose flores a sí misma, sin haber hecho antes un mínimo esfuerzo por saber y conocer quién es realmente.
Cada quién tiene sus propias circunstancias, esas que condicionan su situación social; pero el aprendizaje de vida, si no lo realiza el alma, no vale nada.
La educación, el respeto e incluso la cultura son palabras mayores que no las ostenta quien es doctor exclusivo de una especialidad y desconoce el resto. Se puede ser una eminencia y un inculto a la vez: una eminencia en el tema o especialidad que se ha preparado a fondo y un inculto porque fuera de ese tema sabe bien poco.
Es posible que esa persona lea en algún momento esto que escribo y, si es así, desde aquí le recuerdo la frase de un sabio que sé a conciencia que conoce bien (aunque no la practique):
"Yo sólo sé, que no sé nada"
Pero igual no lo lee porque, como ya os digo, forma parte de ese grupo de personas que creen que están muy lejos de ser "cualquiera".
No sé qué haríais vosotros si os encontráis con alguien del grupo de "ellos", yo os puedo decir que estoy dispuesta a decirles que aprendan humildad, para que pueda empezar en ellos el aprendizaje del alma y lleguen a ser un día lo que aparentan y no son: grandes.
(Mara Romero Torres, Granada, 10 de marzo del 2019)