sábado, 2 de enero de 2010

Toñi

La conocí en un hospital. Se llama Toñi. La vi por primera vez atada a la cama sollozando porque quería andar. La auxiliar que iba conmigo le riñó para que no alborotara. Ella la miró con ojos de niña y empezó a repetir un "por favor" que era una letanía. Me acerqué a ella. Le sonreí y acaricié su mejilla. Me miró. No dijo nada, pero dibujó una sonrisa que iluminó su cara. Decían que era un peligro, que estaban cansadas de ir tras ella y que por eso la habían atado. Seguí mi servicio. Teníamos que recoger en otra sala a una anciana que había muerto, para llevarla al depósito. Nadie lloraba por ella. No tenía familia. Nadie recogió con un beso su último aliento. La dejamos sobre una losa que hacía juego con su cuerpo. Al cerrar la puerta tras nosotros, la soledad volvió a ser su compañera.
    Al poco tiempo volví a la planta donde había conocido a Toñi. Me encontraba en el estar de las enfermeras cuando unas palmas sonaron a mi espalda y una voz ronca, con palabras a medio construir, canturreaba un villancico. Me volví y me topé de frente con ella. Allí estaba en camisón y descalza. Era feliz porque estaba sin ataduras. Y, aunque su mente respiraba en otra dimensión, no olvidaba que en ésta era Navidad. De pronto se calló. Se acercó tambaleándose a Juan, el celador, y le dijo: "¿Nos besamos?" y todo el mundo se echó a reír. Lo repitió mientras aquél huía llamándola loca. Ella lo siguió por el pasillo con la mirada más triste y falta de amor que jamás he visto. (¡Con lo poco que cuesta un beso!). La auxiliar la detuvo y la llevó frente al belén diciéndole que cantara, pero a Toñi le gustó más el árbol con sus luces y eligió cantar ante él...



                -¿A qué distancia queda el cielo?
                -A la misma que nos separa de un beso.

© Mara Romero Torres

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