sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuento breve


Aquel hombre caminaba despacio, pensativo, por las últimas tardes de un verano sin nombre que le había dejado ojeras de desamor. No pensaba en nada. Miraba su soledad y se daba la compasión que el cielo le había negado.
La tarde era más fresca a medida que avanzaba y el otoño estaba cerca. Se acercaba el momento de tener que coger un abrigo, pero todavía se podía permitir el ir ligero de ropa. El fresco vespertino se agradecía, aunque en esas horas del día su dolor quemara más. Después venía la noche con su laberinto encendido para enajenarlo con retazos de sueño. Lo terrible era amanecer y superar el reto de la vida que lo despertaba con las espinas secas de un amor perdido, clavadas en el pensamiento. Se levantaba cada mañana sin saber si vivía porque aceptaba el reto de saltar a la orilla de la vida y vivir o si vivía porque su corazón se negaba a dejar de latir.

© Mara Romero Torres

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