sábado, 5 de diciembre de 2009

La última gota de rocío

Como tantas veces antes, apenas quedaban unas gotas de rocío refrescando la hierba del camino. El recuerdo se había quedado vagabundeando en alguna esquina del pasado y ahora sólo importaban los primeros rayos de sol que hacían brillar aquellas gotas de rocío. Con las manos en los bolsillos, camina despacio y siente el fresco de la mañana en las zonas de su piel que no cubre el abrigo, mientras que en sus ojos danza aún la mirada de otros ojos y sus oídos se templan con sonidos de guitarra. Lo que, hasta hacía unas horas, era, había quedado en nada. La soledad delante del camino, cerca del horizonte de una mirada corta que no tiene camino largo, se despoja del último velo y espera sonriendo segura de que la llevarán a ella los pasos silenciosos que no quieren mirar atrás.
-¿Cómo sería el ruiseñor que murió para que tus pétalos sean rojos? –se preguntó- ¿No son todos los ruiseñores iguales?
Sacó una mano del bolsillo y con ella la rosa que guardaba. La miró sin detener el paso y siguió pensando: “Nadie sabrá de ti. A nadie le interesa saber por qué eres roja; pero tampoco sabrán de mí. A nadie le interesa saber por qué vas conmigo”.
El camino se quedó vacío. El sol dibujó con sus reflejos la danza de los colores y el horizonte se volvió bruma. Algo parecido a una mariposa revoloteaba y se acercaba lentamente a la hierba del camino. Suave, como las notas de un nocturno que se acercan despacio, te abrazan cálidamente y te elevan al cielo, el pétalo de una rosa se posó junto a la última gota de rocío.

© Mara Romero Torres

No hay comentarios:

Publicar un comentario