sábado, 5 de diciembre de 2009

De un salto a la eternidad


Buenas noches, amor:
Mientras escribo te imagino dormido, tranquilo, sumergido en un sueño en el que quizá sueñas conmigo. Tus gafas sobre la mesita de noche y un trozo de almohada prisionero entre tus brazos. Tus labios se han cerrado con mi nombre y en tus ojos duerme mi imagen, aún incierta. Pienso que esta página blanca puede esperar y me acerco lentamente al borde de la cama. Retiro la sábana muy despacito, para no despertarte, y, como un hilo de agua arrancado por el sol, deslizo mi cuerpo menudo junto al tuyo y lo acoplo a tu molde sin hacer ruído. Me duermo sintiendo tu respiración en mi mejilla y sueño contigo hasta que nos despierta el día:
-Buenos días, amor. Tenía miedo de despertar y que no estuvieras- te digo aún con el sueño entre los párpados. 
Me miras y, con la punta de tus dedos, apenas rozando mi cara, retiras el pelo que la cubre, sonríes y me besas.
-Buenos días, preciosa, ¿te apetece un café?
Y en ese instante sé que, mientras que en las noches mi cuerpo encuentre el calor del tuyo y mientras que en los días amanezca una caricia, tendremos grantizado el hoy que nos lleve de un salto a la eternidad.

Y ya sí, amor, dejo los sueños de la página blanca y me voy a la cama que son más de las cuatro de la mañana. Y me voy sintiendo que la vida llega. Y me entrego al sueño de las luces del alba. Y sé que la vida de mis sueños empieza, abrazada a mi almohada.

© Mara Romero Torres

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